Alimentos divertidos para niños: casi siempre insanos

Los padres disfrutan cuando su hijo se come lo que hay en la mesa, por lo que son proclives a adquirir alimentos que saben que tendrán éxito. De ahí que muchos de los productos que se encuentran en las tiendas estén diseñados para llamar la atención de los niños. Pero, ¿y si comprar estos alimentos resulta contraproducente? Es decir, ¿y si se desequilibra la dieta de los pequeños? Aunque es justo lo contrario de lo que persigue cualquier padre o cuidador sensato, es lo que observó la doctora Charlene Elliott en un estudio pionero, al que siguieron otros de características -y resultados, por desgracia- similares.

Envoltorio bonito, baja calidad nutricional
La doctora Elliott publicó en 2008 un interesante análisis centrado en una de las «cuatro pes» del marketing: el producto. En concreto revisó los productos alimenticios dirigidos a niños que hay en los supermercados, a los que bautizó como «alimentos divertidos», por su atractivo envoltorio diseñado para atraer al menor. Su estudio, recogido en la revista Obesity Reviews, llegó a una conclusión poco halagüeña: cerca del 89% de los alimentos analizados podrían clasificarse como «de baja calidad nutricional», a causa de sus altos niveles de azúcar, grasa o sal. El dato resulta todavía más revelador si se tiene en cuenta que eliminó de su análisis cualquier producto que perteneciera a la categoría que ella denominó «comida chatarra»: «refrescos», bollería, confitería, dulces, aperitivos grasientos o salados.

Alimentos divertidos: tres grandes categorías
La doctora Elliott clasificó los productos analizados en tres categorías: alimentos que no necesitan refrigeración, alimentos refrigerados o congelados y lácteos. En el primer grupo están los cereales «de desayuno», las barritas de cereales, los púdines o los zumos. Pues bien, el 90% de los cereales analizados presentó una baja calidad nutricional debido a su alto contenido en azúcar. También destacó por el azúcar la categoría «refrigerados/congelados», pero hubo también notables dosis de grasa y la sal. En este grupo se hallan productos como almuerzos envasados, productos precocinados, pizzas o patatas fritas congeladas. En los lácteos no hubo altos niveles de sal, pero sí de azúcar, en concreto en el 77,4% de los productos analizados (yogures, bebidas lácteas, batidos de cacao, etc.).

Solo un 1% de los alimentos estudiados fueron frutas y verduras, porque no se acompañaban de reclamos dirigidos a niños. En realidad, ese 1% se redujo a manzanas cortadas a trozos y zanahorias pequeñas. Una muy baja representación de la amplia variedad de frutas u hortalizas que gustan a los pequeños. Si a ello se suma que el 63% de los «alimentos divertidos» se acompañaban como mínimo de una declaración de salud en su envoltorio (por ejemplo, «rico en hierro»), se entiende por qué la doctora Elliot incluyó esta reflexión en su trabajo: «La industria alimentaria se identifica a menudo como un importante contribuyente al problema de la obesidad infantil».

Posible implicación en la obesidad infantil
Los resultados del estudio de la doctora Elliot, corroborados por trabajos posteriores, como el publicado por la doctora Paola Letona y sus colaboradores en diciembre de 2014 (BMC Public Health), son preocupantes. Y lo son, sobre todo, por su posible implicación en la actual epidemia de obesidad infantil. Tanto el atractivo de estos productos como su composición nutricional puede generar que los niños no solo desequilibren su dieta sino que consuman más energía de la necesaria. Como se justificó en el artículo ‘Unas cuantas calorías de más, implicadas en la obesidad infantil’, es probable que tan solo entre 70 y 160 kilocalorías diarias «de más» estén implicadas en la génesis de la obesidad de los menores.

¿Qué hacemos los padres?
Conviene que los padres sean conscientes de que no tienen que hacer nada en especial para que sus hijos sigan una dieta saludable, más allá de predicar con el ejemplo y tener en casa una oferta amplia de alimentos saludables, según se explica en el artículo ‘Dieta infantil: dos claves para mejorarla’.

La Academia de Nutrición y Dietética, en su documento ‘Guía nutricional para niños sanos de entre 2 y 11 años’, detalló que los progenitores, además de saber reconocer y respetar las señales de hambre y saciedad del pequeño, deben «proporcionar oportunidades estructuradas para comer, un apoyo apropiado en función del desarrollo del niño, y alimentos adecuados, sin coaccionar al niño para que coma». A ello añadió algo que no se debe olvidar: los menores son responsables de determinar si comen o no y en qué cantidad lo hacen, de entre lo que se les brinda. Si lo que se les ofrece es comida sana, comerán comida sana, sin necesidad de disfrazarla ni acompañarla de decoraciones especiales.

Fuente: Consumer

La seguridad alimentaria de los niños mejora si las madres tienen poder y educación

El acceso de las madres a recursos sociales y económicos determina la seguridad alimentaria en los hogares con niños de Nicaragua, según publica un amplio estudio llevado a cabo en la ciudad de León, la segunda más importante del país, y publicado en la revista Public Health Nutrition.

Si las mujeres tienen en sus manos los recursos necesarios porque contribuyen a los ingresos económicos de la unidad familiar o porque los gestionan, los habitantes de la casa, y los niños en particular, tienden a cubrir sus necesidades nutritivas mejor que si todo depende de los hombres.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su siglas en inglés) define la seguridad alimentaria como la situación en que las personas tienen “acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”.

Para medir un concepto tan abstracto, los investigadores se han fijado en una nueva medida recientemente validada, la escala latinoamericana y caribeña de seguridad alimentaria (ELCSA). “Está basada en una medida estadounidense sobre percepción de inseguridad alimentaria que sirve de referencia para todas las regiones del mundo”, explica Kammi K. Schmeer, investigador del departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Ohio (EU).

Así, un miembro del hogar informa sobre sobre la frecuencia en la que se ha preocupado por la falta de alimentos en los tres últimos meses, si su dieta ha sido saludable o si niños y adultos han pasado hambre por falta de recursos económicos.

El estudio contabilizó más de 400 hogares de la ciudad de León en los que había niños de entre 3 y 11 años. En el 25 por ciento de los casos se detectaron problemas graves de inseguridad alimentaria, mientras que aproximadamente la mitad ofrecían un nivel medio y solo un 25 por ciento tenía unas condiciones de alimentación adecuadas.

Al analizar pormenorizadamente los datos, los investigadores descubrieron que si las madres contribuyen significativamente a los ingresos del hogar, las probabilidades de tener una situación grave descienden un 34 por ciento con respecto a si es su pareja el principal proveedor de la familia. Además, si las madres gestionan el dinero del hogar, las probabilidades de inseguridad alimentaria caen un 60 por ciento.

Independientemente de su acceso a los recursos económicos, la educación de las mujeres también se revela como un factor esencial. Por ejemplo, las probabilidades de inseguridad alimentaria en un hogar descienden un 48 por ciento cuando han cursado enseñanza secundaria.

“Las mujeres más educadas tienen mayor poder dentro del hogar para tomar decisiones, más capacidad para obtener trabajo o recursos para el transporte y el cuidado de los niños, así como el contacto con redes sociales de mayor calidad, básicamente, otras mujeres que también tienen un alto grado de alfabetización”, asegura el investigador.

Razones de la diferencia

“Las mujeres siempre han sido reconocidas como la clave para la salud y el bienestar infantil en países con ingresos medios y bajos”, señala Schmeer. Los científicos le encuentran varias explicaciones posibles relacionadas con el rol femenino. Por ejemplo, “las mujeres y las madres en particular tienen una responsabilidad social con respecto al bienestar infantil que le hacen ser más conscientes de las necesidades de protección de los niños que los hombres”, comenta.

Otra posible explicación está en su mayor participación en las actividades relacionadas con los alimentos, como comprar, cocinar y servir la comida, lo que hace que observen la ingesta diaria de los niños y, por lo tanto, conocer con mayor exactitud sus necesidades nutricionales. “Esto las hace más capaces de tomar decisiones sobre la asignación de recursos relacionada con el consumo de alimentos”, apunta el sociólogo.

La ciudad adecuada para el estudio

La elección de la ciudad de León para este estudio no es casual, ya que cuenta con el único centro de investigación en América Latina que ha establecido un sistema de salud y vigilancia demográfica (HDSS, por sus siglas en inglés). Es el Centro de Investigación en Demografía y Salud (CIDS), vinculado a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua en León (UNAN-León), una importante herramienta para realizar este tipo de estudios.

Para Schmeer, las consecuencias de este estudio están claras. Además de tener el rol de cuidadoras, las madres tienen importantes funciones sociales y económicas y las sociedades que dejan a la mujer en desventaja económica, social o política “lo hacen a costa del bienestar infantil”. En próximas investigaciones, espera poder abordar la relación de la inseguridad alimentaria con la salud tanto materna como infantil.

Fuente: Investigación y Desarrollo

BIOMEDICINA Y SALUD: Salud pública La OMS aconseja reducir el consumo de azúcares en adultos y niños

Un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja que adultos y niños reduzcan su ingesta diaria de azúcares libres a menos del 10% de calorías totales.

Es más, esta nueva guía de actuación señala que una reducción aún mayor, al menos del 5% –un equivalente a 25 gramos, unas seis cucharaditas por día, en una dieta de 2.000 calorías–, supondría ventajas adicionales para la salud.

Las recomendaciones, hechas públicas ayer por la OMS, se basan en las últimas evidencias científicas y cuentan con la participación internacional de investigadores líderes y mediante un proceso consultivo a escala mundial.

«Existe la certeza de que la ingesta de azúcares libres a menos del 10% del total de energía reduce el riesgo de sobrepeso, la obesidad y la caries dental», explica Francesco Branca, director del departamento de Nutrición de la OMS para la Salud y el Desarrollo. «Hacer cambios en las políticas será la clave para que los países cumplan con sus compromisos de reducción de la carga de enfermedades no transmisibles».

Por azúcares libres se engloban los monosacáridos (glucosa, fructosa) y disacáridos (sacarosa o azúcar de mesa) añadido a los alimentos y bebidas por el fabricante, el cocinero o el consumidor, y los azúcares naturalmente presentes en la miel, jarabes y zumos concentrados de frutas.

Sin embargo, las directrices no se refieren a los azúcares de las frutas frescas y verduras o los azúcares presentes de forma natural en la leche porque no hay evidencia sobre los efectos adversos de consumir estos azúcares.

La ingesta de azúcares libres en el mundo varía según la edad y el país. En Europa, el consumo en adultos varía de aproximadamente 7-8% de la ingesta total de energía en Hungría o Noruega, hasta un 16 a 17% en España o Reino Unido.

Además, el consumo es mucho mayor entre los niños: desde un 12% en países como Dinamarca, Eslovenia y Suecia, a casi el 25% en Portugal. También hay diferencias entre territorios rurales y urbanos. Así, en las comunidades rurales de Sudáfrica la ingesta es del 7,5%, mientras que en la población urbana es del 10,3%.

Menos azúcar, menos peso

La guía se basa en estudios recientes que indican cómo los adultos que consumen menos azúcares tienen un peso corporal menor y que el aumento de la cantidad de azúcares en la dieta está asociado con un incremento de peso.

La investigación también revela que los niños con un mayor consumo de bebidas azucaradas poseen mayores probabilidades de un exceso de peso u obesidad que niños con un consumo bajo de bebidas endulzadas con azúcar.

Otros trabajos apuntan que las tasas de caries dental son mayores cuando la ingesta de azúcares libres supera el 10% de las calorías totales. La recomendación de que el consumo de este tipo de azúcar sea inferior al 5% se basa en estudios de población en países donde su disponibilidad descendió drásticamente y mostraron una reducción de la caries.

El problema es, según los expertos, que una gran parte de los azúcares consumidos actualmente están ‘escondidos’ en alimentos procesados que no son considerados como dulces por los consumidores. Por ejemplo, una cucharada de kétchup contiene alrededor de 4 gramos (cerca de una cucharadita) de azúcares libres; y una lata de refresco endulzado con azúcar tiene hasta 40 gramos (cerca de diez cucharaditas) de azúcares libres.

Fuente: Agencia SINC